Todo apuntaba a una bonita, tranquila y feliz boda, donde parecía que nada malo podía ocurrir ya. Los invitados estaban sentados en sus respectivos asientos, el cura en lo alto del altar y los novios desfilando hasta donde empezaría sus nuevas vidas, pero algo no estaba del todo bien, una fuente mal colocada y un fotógrafo despistado tuvieron la culpa.
El fotógrafo iba demasiado concentrado en su trabajo, en sacar las mejores caras de los novios recién casados rebosando felicidad. Iba tan concentrado que no le importó su propia integridad, incluso perdió la noción del tiempo y el espacio. Andando de espaldas iba aproximándose cada vez más a la fuente. Nadie le alertó y acabó pasando un mal rato y un buen remojón.